lunes, 25 de noviembre de 2013

Good bye, friend.


¿Eliminar contacto? El contacto se eliminará. Cancelar – Aceptar.

Tras pensárselo un segundo más, le dio a aceptar, borrando así todo rastro de su persona del móvil. Ya ni llamadas, ni mensajes, ni tampoco whatsapps. Adiós. Fin.

Llevaba tiempo esperando a que volviese a dar señales de vida, pero al ver que semanas e incluso meses después de su último encuentro, no volvía a saber nada de él, decidió que se había ido. No lo juzgaba, de hecho no tenía porqué hacerlo, ni tampoco le reprochaba nada, aunque en el fondo, tal vez, estuviese desilusionada, decepcionada. Pero sabía que esa relación no tenía futuro. Habían tenido algunos encuentros divertidos, donde las buenas vibraciones y la explosiva química lo inundaba todo, pero ya está. Había demasiadas cosas que los separaba y que no los llevaría a buen puerto. A lo mejor no tantas como las cosas que sí que tenían en común, pero por lo visto, si las necesarias para que él lo dejase todo, sin decirle siquiera adiós. En el fondo eso es lo que la cabrea, el hecho de que no tuviese el coraje de decirle que hasta allí habían llegado. Ella no habría dicho nada, lo habría entendido. Sí, le habría jodido, pues había empezado a sentir cariño por él, pero siempre fue consciente de que llevaban vidas diferentes, por lo que le habría dicho que se cuidase y que hasta siempre. Sí, el problema era la valentía, o mejor dicho la escasez de valentía, de él; le jodía pensar en él como un cobarde. A lo mejor porqué le cuesta tanto pensar en él de esa forma es por lo que intenta pensar que tenía otros motivos para no haberle dicho nada; motivos que lo único que consiguen es preocuparla y hacer que se invente mil y una historias sobre lo que le ha podido pasar, pero en el fondo ella sabe que son tan solo eso, historias, y que la verdad era que habían llegado a un punto de su relación que le aterraba. Lo que él no sabía era que a ella le pasaba lo mismo. Estaba asustada porque no quería absolutamente nada con nadie, un polvo rápido y listo; pero con él era diferente, porque realmente la hacía sentir bien, no especial, si no simplemente bien, y eso era más de lo que los demás habían conseguido.

Él se tenía que haber sentido especial por haber conseguido que ella se abriese como lo hizo, que le contase sus miedos, inquietudes y que dejase a la vista sus imperfecciones. Pero ella quiere pensar que no todo el mundo tiene porque apreciar esas cosas como ella lo hace. Sabe que él le tuvo cariño, y lo sabe porque confiaba en él y esa confianza no quiere estropearla con paranoias ni con malos pensamientos infundados, sobre todo, por el tipo de relación que la sociedad considera “buena” o “mala”. La suya era una relación rara, diferente. Una de esas en las que cada uno tenía total libertad, donde no habían celos, ni dudas sobre el cariño que se sentían. Para ella era peculiar en el sentido de que por una vez en su vida, no se sentía juzgada y no sentía vergüenza por hacer el ridículo delante de él.


En definitiva, su relación era una de las tantas contradicciones que había en su vida: sabía que no tendría un buen final, pero el viaje le merecía muchísimo más la pena. Esos vaivenes que vivían, la divertían, la hacían vibrar y sentir algo, lo que fuese, pero la hacían sentir y eso hacía que sus días fuesen más llevaderos, más agradables. No, no era una depresiva ni una mutilada emocional que lo necesitaba a él para sentirse bien, no, simplemente que -como todo el mundo- tenía sus días, y en esos momentos, él la ayudaba: su simple idea la animaba. Pero esos tiempos han pasado, y en su opinión ya habían durado más de lo que esperaba. Ahora él ha desaparecido, y ella por fin ha tomado la decisión de borrar todo rasgo suyo de su vida. No para hacer como que nunca ha existido, si no para borrar la esperanza de que algún día volverá, porque esa idea no le trae nada positivo, y ya se ha cansado de esperar en vano. Sabe que él no volverá, y bueno, aunque lo eche de menos, sabía que este momento llegaría.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Necesidades

  


Ha sido un día agotador; un día de esos que se te hacen eternos y en los cuales no has parado ni siquiera para comer. Uno de esos días que cuando te metes en la cama, suspiras de puro gozo y desearías poder dormir horas y horas.


Han sido unos días complicados y raros; parecía que el mundo se hubiese vuelto loco y con él, tu vida se hubiese vuelto patas arriba. Estás deseando apagar el ordenador, desconectar el móvil, apagar la luz, y protegerte en los brazos de Morfeo. No quieres pensar más y tampoco quieres que tu agenda electrónica esté pitando cada dos por tres avisándote de que tienes que hacer cosas, cosas que aplazas una y otra vez porqué no tienes tiempo para hacerlas. Y además, dentro del caos, sientes la extraña, necesaria y obligada sensación de mantener un determinado equilibrio y crear pequeñas olas de orden, porque si no, tienes la impresión de que esto te acabará explotando en la cara. Y así, con el agobio recorriendo tus entrañas, repasando todas las cosas que tienes que hacer mañana, pero a la vez con una imperiosa necesidad de desconectar, es como apagas el ordenador, desconectas el móvil, apagas la luz y te proteges en los brazos de Morfeo.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Gracias, Fuerzas del Estado

Era un noche de noviembre, fría y oscura, en la ciudad de Granada. Unas cuantas personas, pocas para ser más exactos, nos encontrábamos en la calle, en frente de la subdelegación del Gobierno. Estábamos allí, helados, frustrados, cabreados y con una sensación de inquietud en nuestras entrañas. Se podía notar la tensión en nuestros cuerpos, en nuestros rostros, en nuestros gritos. Delante nuestra, gorilas con cascos, porras y en cambio, sin identificación, nos vigilaban; algunos incluso tenían alguna sonrisa irónica y divertida en sus caras. A ambos lados, furgones de antidisturbios nos rodeaban, amenazantes, drogados por el momento y quien sabe si por algo más. Estábamos allí, transmitiendo nuestra rabia, defendiendo y pidiendo la libertad de compañeros que habían sufrido esa misma mañana, golpes, vejaciones, persecuciones y detenciones. Ellos estaban allí, pocas horas antes, defendiendo un derecho a la educación que todos, por nacimiento, deberíamos tener y que no deberíamos vernos privados de él, porque unos cuantos orcos han decidido que ese dinero es preferible invertir en otras cosas. Cosas, que por supuesto, no nos incumbe a nosotros. Era una manifestación tranquila, la de esa mañana, como la mayoría que tienen lugar en esta ciudad. De hecho, nadie se esperaba lo que a continuación pasó. Los perros falderos del Gobierno, decidieron que se aburrían demasiado y que les apetecía un poco de marcha; ya sabéis, un poco de deporte. Decidieron que a ese juego podían jugar todos, desde los manifestantes, a alumnos de un instituto que había en esa misma avenida y que a esas horas salían de clase.

Nuestra respuesta fue inmediata: esa misma noche, nos volvimos a concentrar para quejarnos, para mostrar nuestro malestar y para pedir la libertad de los compañeros detenidos. Pero una vez más, esos... personajes, volvieron a hacer uso de su impunidad, de su prepotencia, del derecho que este Gobierno les otorga para pegar palos a unas personas que se manifiestan pacíficamente. Al día siguiente, para excusarse, dirán que unos cuantos manifestantes empezaron, que ellos simplemente cumplieron con su deber: el de proteger la vía pública y mantener la calma y el orden. Pero nadie nos borrará de la mente esas imágenes y el miedo que sentimos. La adrenalina corría por nuestras venas mientras nuestras piernas corrían buscando refugio e intentando distanciarse de esos psicópatas que corrían detrás nuestra, porra en mano y alzada, y que la golpeaban contra toda aquella persona que se les ponía de por medio. No se nos olvidará la imagen de compañeros heridos, y de otros en el suelo, con unos cuantos antidisturbios al lado suya. No se nos quitará el miedo de no saber que será de ellos mientras estén en esos furgones, con esos monstruos, y mientras estén en el calabozo. Porqué seamos realistas, en España, queridos, las fuerzas del Estado también torturan; no hace falta irse a Guantánamo, a China o a Arabia Saudí.

Una vez más, se nos ha demostrado que nosotros no importamos. Que lo que nosotros queremos, no les interesa a los de arriba mientras ellos tengan su posición y sus bolsillos asegurados, y que van a hacer todo lo posible para que eso siga así. Por eso, nos inculcan el miedo: el miedo a los golpes, a las excesivas multas, a las consecuencias de las detenciones. Intentan callarnos, cohibirnos y que nos encerremos en nuestras casas en vez de salir a la calle. Y ante estos intentos, yo me pregunto, ¿a qué esperamos? ¿De verdad vamos a seguir con las manos alzadas como posibles armas? No, no estoy incitando a la violencia, aunque dicho así, parece que sí. Pero no. A lo que estoy incitando es a buscar formas alternativas para quejarnos, para mostrar nuestro malestar y para conseguir lo que nos proponemos y a lo que tenemos derecho; porque no nos olvidemos, de que España, ha firmado la Carta Universal de los Derechos Humanos, y los diferentes pactos internacionales de Derechos Sociales, Culturales y Económicos. ¿Dónde queda su obligación (y deber) a defender y proteger esos derechos? Están donde están por algo, y si no son capaces de cumplirlo, tendrán que irse, y si no lo hacen, bueno, digo yo, que tendremos que bajarlos nosotros mismos. Pero va siendo hora de demostrarles que el poder, lo tenemos nosotros.

Recuerden, recuerden... el cinco de noviembre...


Pólvora


La tierra se sacudía, temblaba y yo la sentía. Escuchaba como retumbaba en mis oídos y una mezcla de dolor, satisfacción y adrenalina, me invadía. Había cientos de personas allí, todas apretujadas; podía notar el codo de la persona de al lado en mi costado y como se iba haciendo hueco entre mis carnes. También podía apreciar la calvicie del señor de enfrente, y el olor de su acompañante, un hedor a tabaco y a carajillo. La emoción y la alegría que ese momento me provocaba, se veían renegadas a un segundo plano por el cansancio de noches sin dormir, por la larga espera de este momento y por esa invasión de mi espacio vital que tanto me turbaba. En estos momentos podía parecer, perfectamente, un zombie. Pero no me movía. En parte porque la gente allí congregada me lo impedía y por otra, porque el deseo de estar en la última mascletá del año podía con mi cansancio; además, para una a la que venía. Yo era de aquellas personas que no pisaba el centro de la ciudad a esas horas, en todo el mes, pero el último día, esa última mascletá, no me la perdía por nada del mundo. Era la más visitada, la más deseada, la más apabullante y la más ensordecedora. Se podía escuchar desde cualquier parte de la ciudad, y si estabas en el centro, aun cuando no estuvieses en la misma parte donde ella tenía lugar, la notabas bajo tus pies. Era así de magnifica.

Y es que por ese delicioso olor a pólvora, aguantaba esos apretones, ese sol golpeando mi cabeza, el cansancio, la resaca, y la hora y media que tardaba en salir de allí una vez acabada y finalizada la fiesta. Es ese olor a pólvora, tan magnífico y deseado, con el cual yo, y ella, y él, y muchos más, soñábamos durante todo el año.  


martes, 19 de noviembre de 2013

El poeta


“Siempre soñadora,
Siempre libre y perfecta,
Viajera de los tiempos...”

- No, no. Esto es pura basura. - Hablaba con ímpetu, alzaba la voz, suspiraba, y maldecía a ritmos incomprensibles. En definitiva, estaba hecho un manojo de nervios. Escribía, releía, se cabreaba y entonces acababa tachando con rabia las palabras que había impreso en el papel y volvía a empezar: otras palabras que se unían en un intento de formar nuevos versos. Pero nada. Tenía la impresión de que cada vez lo hacía peor. Lo que escribía no tenía sentido y menos aún, música. Llevaba intentando escribir un poema desde hacía horas, cuando el sol aún estaba en su máximo apogeo, pero no lo había conseguido. Ahora estaba anocheciendo y él se encontraba sentado delante de una mesa, con una lampara encendida a su lado y rodeado de papeles, bolígrafos, tazas con rastros de café y restos inservibles de manzanas. No se sabía muy bien si tenía sangre o café en las venas, aunque por su nerviosismo e inquietud podría decirse, más bien, que lo segundo.

“Tú, siempre fiel, siempre amante y amada,
Tú, tifón primaveral”


«¿Tifón primaveral?» se preguntaba molesto y asombrado. «¡Ni qué estuviese hablando sobre el amor!» seguía pensando mientras volvía a tachar. No es que fuese un gran conocedor de ese mítico misterio existencial, pero pensaba que tenía protestad suficiente para opinar sobre el tema debido a que se sabía todo lo referente a él, todo lo que salía en los libros, por supuesto. Al final, acabó tachando con furia toda la hoja, marcándola a base de tinta negra y frustración. La arrancó, la convirtió en una pelota dispuesta a jugar a ser encestada y la tiró en la mesa, junto a todas las demás. Poco después de golpear la libreta con la punta del Bic, se levantó, arañando el suelo con la silla y provocando un ruido, que algunos describirían como «chirriante, molesto, desagradable». Cinco minutos después volvía al salón con una manzana medio mordisqueada y una taza de café frío, dispuesto a seguir, eso sí, con el mismo estado de animo anterior: derrotado y frustrado. 

domingo, 17 de noviembre de 2013

Una historia lacerante





Dejarme que os cuente mi historia.
Yo nací hace unas décadas, en algún lugar de ese continente llamado Europa. Hasta entonces estaba esparcida, separada. Pero hace aproximadamente sesenta años me unificaron y me convirtieron en lo que fui hasta hace poco. Desde entonces no he parado de ver cosas, de sentirlas. He sido testigo de guerras, de revoluciones, de inconformidades. La gente que vivía en mis casas, en mis edificios, que paseaban todos los días por mis calles, estaban siempre discutiendo entre sí, riñendo, gritando, peleando. Algunas veces los motivos eran religiosos, demasiada diversidad; otras era por las nacionalidades que me componían: diferentes etnias. La lengua tampoco beneficiaba: habían muchas. Los motivos de lucha por el poder y las heridas del pasado tampoco ayudaban a un mejor entendimiento. Por lo que era normal que estallasen conflictos cada dos por tres. Yo lo entendía, aunque sangraba cada vez que tenían lugar. Era doloso, ¿sabéis? Ver como me destruían a mi con sus armas y como se destruían a ellos mismos. Pero eso no era lo que más me afectaba, pues en lo que a mi respecta, puedo sobrevivir con unas cuantas heridas, y en lo que respecta a ellos, bueno, yo no soy nadie para interferir en sus problemas. No, lo qué más me afectaba y por lo que aún hoy en día sigo llorando, es por los otros.

Durante estos conflictos vi a gente inocente, gente que nada tenía que ver con estos problemas, sufrir y padecer algo que no habían buscado, algo que no querían y en lo que no creían. Eran esas personas a las que les daba igual la religión, la etnia, la lengua, en definitiva, la cultura de los demás, porque en su trato hacia ellos no se fijaban en eso, si no en las relaciones que día a día se iban creando entre ellos por ser vecinos, compañeros de clase, de trabajo, por ser medico y paciente, vendedor y cliente. Fueron personas que se vieron separadas de familiares, de amigos, de conocidos, por un conflicto que no querían. Son gente que no sufrieron tan solo el exilio y la separación de sus allegados, si no que también sufrieron perdidas, hambrunas, desgracias que jamás se os pasarían por la cabeza y que no se las deseo ni a mi peor enemigo. Y por esa gente, que sin comerlo ni beberlo, llegaron a sufrir incluso más que los causantes de estas guerras, es por quien más sufro. 

Ahora han pasado algunos años y vuelvo a estar dividida, separada, esparcida, pero es mejor así. Yo respiro mejor y creo que ellos también. Pero nadie nos quitará de la memoria que sufrimos, que al daño causado por nuestras diferencias internas, se unieron los daños provocados por algunos personajes y organizaciones externas, y que nadie nos echó una mano por solidaridad, ni siquiera por compasión. Nadie nos quitará de nuestra memoria colectiva, que fuimos masacrados por las ansias de poder, por las ideas de crear fronteras bajo cualquier circunstancia, por las ansías de controlarnos. A lo mejor todo ha acabado, o a lo mejor eso es lo que algunos piensan o quieren hacernos pensar, pero ese pasado atroz, lacerante, sigue allí y seguirá para siempre, porque yo, Yugoslavia, estaré siempre recordando lo que unas ideas, creadas y defendidas tan solo por unos cuantos, y unos intereses propios y ajenos, pueden hacer a todo un mundo.

NATO= OTAN

sábado, 16 de noviembre de 2013

El tiempo frustrado


El tiempo pasaba y cada día salía y se ponía el Sol, echando en cara su superioridad y su tradición a los desastres humanos que habitan en la Tierra. El tiempo pasaba y las hojas de tonos anaranjados daban paso a las calles tristes y sombrías, y éstas daban paso a los árboles en flor, a los olores y a los colores tan alegres y cálidos, que te sumían en una vida callejera que durante los meses anteriores habías ansiado. Y después, estos meses amables, daban paso a un torbellino de fuego, a las encerronas en casa a mediodía y a las altas facturas eléctricas. El tiempo pasaba y pasaba, avanzaba, te transportaba al futuro a un ritmo vertiginoso y del cual no eras capaz de salir. Ibas creciendo, madurando, cogiendo estúpidas costumbres que solo tenían sentido para ti. Pero mientras tú crecías, la ciudad seguía igual; puede que con los típicos cambios de tiendas que cierran y otras que abren; de paradas de autobús que se desplazan o desaparecen; de mercadillos que cambiaban de barrio... Pero quitando eso y alguna que otra cosa más sin importancia, todo seguía igual. Tu veías como cada día tu vida se volvía monótona, aburrida, llena de rutinas y manías. Te desesperabas. Te frustrabas. Y llorabas, gritabas, pataleabas y volvías de nuevo a llorar y a gritar y a patalear. Querías volar, querías conocer nuevos mundos, nuevas culturas, nuevas tradiciones, nuevas gastronomías... gente nueva. Querías crecer y convertirte en esa golondrina que emigraba con cada estación y que volaba libre por el cielo. Si te hubiesen asegurado que estudiando ingeniería podrías haber construido una maquina transportadora, habrías corrido a matricularte y te habría importado poco pasarte casi media vida en busca de ese aparato, lo habrías hecho encantada sabiendo que después podrías ir a todos esos lugares: desayunar a la orilla del Sena mientras lees a Byron, pasear por Central Park, comer en Barcelona, conocer gente nueva en Fez, tomar el té en Tokio, cenar en Bangladesh y tomar un baño nocturno en alguna maravillosa playa venezolana. ¡Y todo eso en un solo día! Pero nadie te aseguraba ese descubrimiento, por lo que preferiste enfrascarte en el mundo de la música, del arte, de las letras. Soñabas con encontrar un trabajo que te permitiese ahorrar lo suficiente como para, algún día, coger una mochila y empezar a recorrer el mundo a pie y haciendo autostop. No era la idea más sensata ni la más segura, pero eso ya te sobraba en tu vida. Ahora querías riesgos, aventuras. Querías tanto cumplir ese sueño, amiga, que de tanto quererlo te fuiste apagando, desesperando, desapareciendo.  

viernes, 15 de noviembre de 2013

El puente de los miedos

He dicho que publicaría todo lo que fuese escribiendo, así que aquí está la práctica de hoy. Surgió a raíz de la canción que pongo a continuación, así que si queréis escucharla mientras leéis el pequeño texto, mejor. Tras escribirlo y releerlo, tengo la impresión de que es uno más de mis textos, uno de tantos que he escrito en estos últimos años. Necesito nuevas fuentes de inspiración, necesito nuevas ideas.



          Cogió las llaves de casa mecánicamente y salió corriendo dando un portazo tras de sí. Bajaba las escaleras de dos en dos, sin siquiera fijarse en el siguiente escalón. Bajó corriendo los cinco pisos y cuando ya estuvo en la calle, se paró unos instantes para respirar profundamente. Notaba como el hielo le atravesaba los pulmones y como todo su cuerpo le reprochaba el haber salido sin coger un abrigo. Pestañeó rápidamente para que sus ojos se acostumbrasen a ese viento siberiano y salió corriendo. Se abría paso como podía entre la gente, evitando tocar a nadie. Avanzaba e iba dejando atrás calles, coches, edificios, personas... corrió y corrió hasta llegar al puente de los miedos. Se apoyó en el frío borde de cemento y miró hacia abajo. Agua. Miró hacia arriba: nubes. A su alrededor la gente pasaba con normalidad, cada uno sumergido en sus propios pensamientos, cada uno con sus problemas y sus alegrías. Y allí estaba ella, con las pulsaciones golpeando sus sienes, con la nariz y los pulmones ardiendo, con sus labios cortados, con sus ojos ensangrentados por la rabia, por el odio, por la impotencia. Se planteó tirarse, acabar con todo y de paso saborear el efímero placer del vuelo, pero una melodía en su cabeza le daba la poca fuerza que necesitaba para no hacerlo. Dicen que existen canciones para cada momento y que tienen la capacidad y el poder de transportarte desde el infierno al paraíso con unas pocas notas, y ella creía fervientemente en esa teoría. Una teoría que, una vez más, demostraba su superioridad.


          Al otro lado del puente, una persona se había parado para tomar unas fotografías que después subiría a su página web, con la intención de mostrar ese precioso paisaje invernal. Su cámara disparó unas cuantas veces, inmortalizando el lugar, el momento. Pero aquella persona siguió allí, de pie, incluso después de haber hecho las fotos que quería. Su atención había sido captada por una mujer desabrigada, que estaba en los huesos y cuyo cabello estaba al cero. El único indicio que tenía de su género era el vestido azul que llevaba. 

Su cuerpo se tensó ante las historias que iban inundando su mente y que tomaban cada vez más fuerza. Ante ellas no sabía que actitud tomar, si cruzar el puente y convertirse en una actriz más de la película, aún cuándo podía estar equivocada, o seguir como espectadora, suplicando no presenciar ningún acontecimiento desagradable. Pero no tuvo la ocasión de decidirse, puesto que aquella mujer, se dio la vuelta, y por unos instantes pensó que sus miradas conectaron. Fue en ese momento cuando soltó el aire que había guardado en sus pulmones, involuntariamente, y cuando su cuerpo empezó a relajarse y a vibrar como consecuencia de las sensaciones que había abrigado durante tan escasos minutos.



Cinco minutos después, la chica del vestido azul se dio la vuelta y a paso lento volvió a recorrer el camino de regreso, evitando secarse las lágrimas. Y la fotógrafa corrió a su casa, temerosa e inspirada: había encontrado a la que sería la protagonista de su obra maestra.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Malagradecido



Nos levantamos por la mañana, arrancados de los brazos de Morfeo por una estridente alarma que nos devuelve a la rutina, a la fría sociedad capitalista, cuyo nombre es Dinero y cuyo apellido es Alienación. Y a partir del momento en el cual abrimos los ojos y nos damos cuenta donde estamos, comienza una serie de actos roboticos y rutinarios que nos convierte en marionetas de un sistema consumista y de constante apariencia. Que sí un café hecho por una maquina a la cual solo tienes que darle a un botón y que tú piensas que te ha facilitado la vida. Qué sí la lectura de un periódico, o un vistazo a las noticias, con la intención de "estar al día" y "saber que sucede en el mundo". Noticias censuradas, sensacionalistas. Y luego... que sí un trabajo que te reduce tan solo a un número más; que sí unas clases en algún centro que dice educarte pero sólo te enseña lo que les conviene y a ser uno más de la manada. Una comida cuyo plato principal es un trozo de cadáver que te han dicho que ha muerto de forma digna y que se ha sacrificado para que tú, un ser superior, tenga algo que llevarse a la boca, ya que el resto de alimentos son tan escasos...

Ordenes de los de arriba, normas sociales que si no cumples eres un hereje... Un sistema que te mangonea, insulta, ofende, que te reduce a algo insignificante y que si osas criticar y/o cambiar, eres un antisistema que se merece que unos tíos con instinto de Hulk te enseñen de la mejor forma posible, cual es tu lugar y que es insultante morder la mano que te da de comer y que sólo busca tu bienestar. Tú, antisistema malagradecido, lo que deberías hacer es lamerle los zapatos a aquellos que cobran tan poco y que trabajan tanto para que tú vivas como un Rey. Una mano que te enseña como formar parte de una misma sociedad, donde todos son iguales. ¿No querías igualdad? Pues aquí la tienes, y si no, pregúntale al Rey.

Deseo

Y qué decir que era un caos, era una de esas personas rodeadas de desorden, que pensaba que incluso dentro del caos podría encontrar el orden pero qué para encontrarlo podía pasarse tranquilamente medio siglo. Y aún a pesar del desorden que la rodeaba, adoraba el orden: quería que todo estuviese en su sitio y si había algo que no iba acorde a su entorno y situación, se molestaba. Algo chirriaba ante sus sentidos y se volvía un poco... insoportable, sí, esa es la palabra. Era un poco neurótica. Sobre todo con algunas cosas. Por ejemplo, no entendía la manía de la gente de mezclar cosas en busca de vanguardias alimentarias y estéticas. ¿Qué hay que descubrir cosas nuevas y evolucionar? ¡No a costa de la armonía y la estética! Ni que nos hubiésemos vuelto locos, habría dicho. Era un ser extraño, sobre todo por algunas manías que tenía. Te cuento. Siempre tenía que llevar los ojos perfilados, incluso para dormir. La palidez de sus pestañas la volvía insoportable y por eso siempre tenía un lápiz de ojos a su alcance, indiferentemente de dónde se encontraba, con quien o porqué. Nunca llegué a saber si era porqué siempre quería estar presentable para dar una buena imagen o porqué adoraba sus ojos verdes perfilados por el azabache. A lo mejor era por las dos cosas, quien sabe. Esto también pasaba con el carmín. Vale que no dormía con él puesto, pero lo llevaba hasta para estar por casa. Pocos llegaron a ver el color rosáceo pálido de sus labios. Pero en este caso estoy convencido de que era por un fetiche suyo, uno de los tantos que tenía. ¿O era por su narcisismo? Bueno, qué más da, si para ella el fetichismo y el narcisismo iban de la mano; primos hermanos les llamaba. Otra manía que tenía era la de llevar siempre un libro y una pequeña libreta en el bolsillo. Siempre en el mismo bolsillo y siempre el mismo libro. No sabría decirte cual era, pero creo que de algún francés. No sería extraño, pues era una sabelotodo de la literatura francesa. A veces podía ser demasiado nacionalista, lo admito. Ese orgullo francés que conlleva haber nacido en un país que fue la cuna de la Ilustración y cuyos intelectuales y literarios impregnan aún hoy nuestra historia occidental, la subyugaba. Pero contra todo pronóstico, su director de cine favorito no era francés, si no uno de esos yanquis. Cosa extraña, he de deciros, ya que sentía un amor odio por todo lo que proviniese de ese país. Cada domingo a las ocho de la mañana se levantaba y se ponía una película de ese director, Woody Allen, pero siempre eran películas donde le daba una gran importancia a la ciudad en dónde tenía lugar la historia: Annie Hall, Manhattan, Midnight in Paris... Las adoraba.

Un personaje curioso esta joven, uno de esos que no sabes si querer u odiar, porqué la indiferencia con ella no funciona. Quizá ambas cosas, en diferentes momentos. ¿Cómo no odiarla cuando se pasaba la vida mirándote con prepotencia y haciendo comentarios mordaces hacia todo y hacia todos? Pero, oh queridos/as, cómo no amarla cuando se contoneaba delante mía y me sonreía con esos labios color carmín y ese olor a invierno que desprendía de su melena cuando se agitaba en busca de una taza limpia para el té y su ceño fruncido cuando no la encontraba y tenía que limpiarla ella misma. Era en esos momentos cuando habría dado cualquier cosa por poder tocarla y quitarle ese color rojo pasión para enseñarle al mundo su delicioso color rosáceo pálido. Ese rosáceo que te noqueaba y te convertía en un ser salvaje, dispuesto a cometer los más viles crímenes con tal de que esos labios fuesen tan solo tuyos. Tuyos. Míos. Sólo míos.

Nuevo proyecto


Desde que era pequeña empecé a aficionarme a la literatura, y con el paso de los años, también a la escritura, pero siempre de una forma superflua. Ahora he decidido que es el momento de tomar una decisión sobre si quiero o no llegar a dedicarme a la literatura profesionalmente y he decidido que sí, que entre otras cosas, me gustaría dedicarme a la literatura profesionalmente. Pero no me veo con la capacidad suficiente de hacer grandes cosas, es por eso por lo que he decidido empezar un proceso de un año de duración para formarme: ortografía, gramática, técnicas, creación literaria, etc. Una vez finalizado ese año, empezaré una obra para presentar a algún concurso literario. Soy consciente de que si quiero dedicarme a esto en algún momento de mi vida, estaré en constante proceso de formación, pero para ello necesito una base, y es justamente ésta la que quiero conseguir en este corto y a la vez largo, periodo. Todo lo que vaya escribiendo lo subiré aquí, a mi blog, a este pequeño espacio que lleva conmigo ya más de tres años. 

Me gustaría pediros un favor: cualquier cosa que veáis que me puede servir (talleres, cursos, webs, noticias, artículos, documentos, bibliografía, etc.) me la paséis. Prometo devolveros el favor. 


EDITO: Desde que he publicado esta entrada, hace tres días, me han hablado sobre el NaNoWriMo, un concurso que tiene lugar durante el mes de noviembre y que consiste en escribir durante todo ese mes, una obra de 50.000 palabras. El reto no es ganar el concurso, si no más bien un reto personal. Tras pensarlo mucho y darme cuenta que mi año de aprendizaje finalizará justamente en el mes de noviembre del próximo año, he decidido que mi meta será presentarme a ese concurso y llevarlo a cabo. No pretendo ganar, pero si demostrarme a mi misma que puedo escribir una novela en tan solo 30 días. ¡A por ello!

Un abrazo,
Hasta pronto.

A.