viernes, 27 de diciembre de 2013

Os presento a Jade

Amor... relación... pareja... no sé porque la gente se empeña en juntar a otros y en querer que todo el mundo tenga a alguien a su lado. Abuelas que te preguntan por tu novio, familiares que te preguntan cuando te vas a casar, conocidos de tus padres que de vez en cuando sueltan un “nos veremos pronto en alguna boda” y que te miran con cara de pillines como si lo supieran todo... y amigas que te preguntan constantemente por tu vida amorosa, como si en la semana que ha pasado sin veros hayas podido encontrar al amor de tu vida, a tu media naranja, a ese príncipe azul; y si no te gustan las naranjas ni el color azul, da igual, te jodes, porque deberían gustarte. A veces me da la sensación de que se empeñan tanto en juntarnos con alguien porque de esa forma justifican sus propias relaciones y sus malas elecciones; en fin, su mierda de vida tendría entonces, una razón. Pero no, señoras y señores, señoritas y señoritos, no, no es necesario tener a esa persona especial, ni empezar a pensar en campanas en cuanto vas acercándote a la treintena. No estoy diciendo que no es bonito, divertido o agradable tener a ese alguien, válgame dios, no quiero que le de un infarto a mi pobre abuela, que sueña con verme vestida de blanco y con que llegue casta y pura hasta el matrimonio, no, no es eso lo que estoy diciendo. A lo que me refiero es que se puede tener otra filosofía de vida, otras ideas, otras aspiraciones y entre todo esto puede estar el no querer casarse, el no querer tener una pareja estable.

Yo personalmente estoy harta de esos convencionalismos y ese imaginario colectivo según el cual una mujer es completa, feliz y agraciada por la vida, cuando se ha casado, tiene su propia casa y, como poco, un hijo. Será porque soy una lisiada emocional, quien sabe. Sí, habéis escuchado bien: una lisiada emocional. Soy una de aquellas personas que no saben como comportarse en una relación que no sea de compañerismo, de trabajo, de odios o de sexo de una noche o como mucho, de dos. Os parecerá exagerado, pero si os confieso una cosa, aquí entre nosotros, me pongo nerviosa incluso cuando un colega me pasa el brazo por los hombros, da igual con la intención con la que lo haga, yo me tenso, me preparo para una pelea, y no me refiero a ese tira y afloja en el cual salimos ganando los dos. Será por esto por lo que a lo mejor no me van las relaciones serias, y dicho así, sí, a mi abuela le dará un síncope si llega a saber esto. Pero en fin, no me voy a callar porque a mi entorno le pueda escandalizar mis ideas y mis opiniones.


A ver, no pretendo inculcar a nadie mis opiniones ni mi estilo de vida, al fin y al cabo cada uno es responsable de como se destroza la vida, pero oye, ya está bien de criticar a los demás por no cumplir con esas normas sociales implícitas. Yo soy feliz con mis sesiones de “aquí te pillo, aquí te mato” y con toda la cama para mi sola. Y me gusta eso de despertarme por las mañanas, tener mi maravilloso loft para mi sola y saber que puedo hacer lo que me apetezca sin que haya nadie pululando por allí. En el fondo soy una egoísta compulsiva a la cual no le gusta arreglar su vida en base a la de los otros, y no me crea ninguna satisfacción cuando tengo que hacerlo por algún amigo o familiar; puedo ser una persona maravillosa, buena amiga, buena hermana, hija, nieta... pero cuando las iniciativas salen de mi y no porque me lo pidan los demás, que le voy a hacer, me desagrada infinitamente eso de no poder hacer lo que me sale de mis perfectos ovarios tan solo por cumplir con las expectativas de los demás: hacer eso sería una soberana gilipollez. Eso sí, que lo hagan por mi me encanta, y me molestaría si no lo hiciesen. La verdad es que no tengo ni la menor idea de porque sigo teniendo amigos y de porque mi familia me sigue adorando; esto es algo que jamás comprenderé. En definitiva, no sé si los raros son ellos o yo. O ambos. Todos. Sí, creo que todos somos un poco raros, al menos a nuestra manera.

sábado, 21 de diciembre de 2013

Bajo el sol de la Utopía


Soñábamos con utopías bajo el sol granaíno, a la merced del viento, amparados por la tímida sombra de un árbol. Nos encontrábamos en el mirador de San Nicolás, observando ciegamente el antiguo palacio nazarí, susurrando sueños, delicias libertarias que en el pasado fueron nuestras amigas y amantes y con las que creímos que algún día nos casaríamos. Pero fuimos unos ingenuos al pensar que nuestra lucha serviría para derrocar esos tiempos sombríos en los cuales vivíamos, para derrocar esas ideas lúgubres que recorrían las calles de los pueblos, de las ciudades. Fuimos inocentes por creer que el amor podría con la avaricia y el egoísmo. Tontos fuimos, amigo, por creer que podríamos acabar con el dolor, con la miseria, con esa tenebrosa idiotez tan solo con la palabra, pero nuestro momento ya pasó y ahora tan solo podemos sentarnos y hablar, soñar con utopías bajo el sol de nuestra querida Granada, y pensar que otros, más listos que nosotros, más enérgicos, seguirán esa lucha utópica en pos de un mundo mejor, más humilde, más solidario y en donde el amor, indiferentemente de su sexo, género, clase y color, sea lo que guíe a las personas, en vez del interés propio, de las ansias de poder. Allí, observando el paisaje nazarí, con guitarras sonando de fondo y voces mezclándose y perdiéndose en el aire, nos sonreímos, querido viejo, con lágrimas de melancolía en los ojos, y con nuestros corazones tatuados a base de agujas de guerra, y nos despedimos con un hasta pronto.

PD: Este es el microrrelato que presenté para el concurso de la Librería de Deusto. Mi primera participación en un concurso :)

domingo, 1 de diciembre de 2013

Un diálogo


Toc, toc, toc.
- Soy yo. -

Abre la puerta mientras se cepilla los dientes y cuando su hermana hubo entrado en el pasillo, corrió al baño a enjuagarse la boca. Desde allí escuchaba como ella cerraba la puerta y se iba quitando la bufanda y el abrigo.

- ¿Y qué te apetece hacer hoy? - Escuchó la pregunta, pero no contestó hasta que no se secó la cara y las manos con la toalla, y hasta que no salió del baño.

- Pues había pensado en ir a dar un paseo y a repartir algunos curriculums. - Salió del salón para dirigirse a su habitación. Tenía que ponerse las botas y coger algunas cosas antes de salir a la calle. - ¿Hace mucho frío? - Una afirmación por parte de su hermana le bastó para coger una bufanda y un gorro. No le gustaba tanta parafernalia en su atuendo, pero le gustaba menos pasar frío.

- ¿Aún no te han llamado de ningún sitio? - La joven estaba sentada en el sofá, observando la pared que tenía en frente, un poco aburrida pero no por eso menos preocupada por la suerte de su hermana.

- Qué va. Si no lo encuentro pronto, no sé lo que haré. - Le había dado vueltas al asunto un millón de veces y no encontraba ninguna salida. Había acabado la carrera de filología francesa hacía un año y desde entonces había trabajado en unos cuantos sitios, pero ninguno que le gustase y que tuviese relación con su carrera: camarera, repartidora de comida, limpiadora, incluso durante unas cuantas semanas estuvo repartiendo folletos en la calle. Pero en los últimos tres meses ni siquiera había encontrado trabajo de eso. Nada, no había encontrado nada. En este oscuro panorama, se había planteado incluso irse del país a buscar trabajo.

- No te preocupes, pronto saldrá algo. - Al menos eso es lo que esperaba ella; el darle ánimos era lo único que su hermana podía hacer. Por ahora ella seguía siendo una universitaria que tiraba de la beca para poder sobrevivir, pero no sabía que pasaría cuando acabase. Intentaba ahorrar al máximo, pero no es que una beca del Ministerio diese para mucho: a penas podía pagar los gastos del piso compartido.

- He pensado en irme al extranjero. No sé, a algún país nórdico o incluso a Canadá, aunque éste último me pilla un poco lejos y el billete es muy caro, sin contar los alquileres tan desorbitados que hay para mi economía. No, definitivamente, Canadá no. Pero a lo mejor podría ir a Inglaterra, o a Finlandia. Dinamarca dicen que también está muy bien. No sé, ¿tú qué opinas? - Entró en el salón y se sentó al lado de su hermana, abatida.

-Deberías utilizar todos los recursos que tienes aquí, y si ninguno funciona, pues entonces sí que podrías empezar a plantearte el irte, pero aún tienes tiempo. - Suspiró e intentó sonreír, pero sabía que su hermana necesitaba algo más que una sonrisa.

- Han pasado ya tres meses en los que he vivido a cuesta de lo que tenía ahorrado y de nuestros padres, y no quiero seguir así. Podría pedirles prestado para el billete y para uno o dos meses e irme ya. Nadie me asegura que encuentre algo aquí, pero allí a lo mejor tengo una posibilidad. - Miró a su hermana y vio que lo que iba a ser una divertida tarde de hermanas se había convertido en una deprimente tarde, así que se intentó animar, aunque fuese por ella y sonrió. - Bueno, venga, no nos vamos a deprimir. Salgamos a dar un paseo y luego podemos venir a ver una película aquí. - Ya tendría tiempo de pensar en su futuro cuando estuviese sola. Se levantó y tiró de su hermana pequeña para que se levantase y se vistiese.



   Su futuro era incierto, al igual que lo era para millones de personas en este país. No había trabajo, los recién licenciados y graduados tenían que verse sumergidos en un sin fin de trabajos en los cuales les pagaban una mierda y que no tenían nada que ver con lo que habían estudiado durante años. Pero al menos ella tenía la suerte de que estaba sola, y no había una familia dependiendo de su sueldo para poder vivir y comer, una suerte que no todo el mundo tenía. El índice de pobreza había aumentado en los últimos años, el paro más aún, y la desesperación de la gente estaba aumentando a pasos gigantes. Quién sabe cuanto tiempo más aguantarían. Por lo que a ella respecta, poco le faltaba, aunque ella lo solucionaría yéndose del país, ¿pero y los demás? ¿Se conformarían con este exilio forzoso o buscarían métodos más violentos para saciar su desesperación y su furia?